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18 septiembre 2008

3. – Deteniéndonos ya en el hombre, que es lo que aquí nos interesa, hay, pues, en él ser, vida y conocimiento sensitivo e intelectivo; pero ni todo su ser, ni tampoco toda su vida, ni siquiera todo su conocimiento alcanza el grado de perfección espiritual de la inteligencia. Existen, pues, en la unidad de su ser, a más del ser corpóreo, tres vidas esencialmente diferentes: la orgánica vegetativa inconsciente, la orgánica sensitiva imperfectamente cognoscitiva y consciente y la intelectiva plenamente cognoscitiva y consciente. Aunque todas esas perfecciones provengan de un mismo acto esencial o forma, que es el alma, sin embargo, son distintas y algunas de ellas —como la vida vegetativa y sensitiva— sólo son posibles con la colaboración de la materia (actus conjuncti, en lenguaje tomista).

Partícipe, pues, de la vida intelectiva, el hombre no logra, sin embargo. reunir todo su ser ni siquiera su vida en la unidad de su espíritu.

Mas todo el ser y vida del hombre aparecen jerárquicamente organizados: el cuerpo sometido y sirviendo a la vida, la vida inconsciente a la consciente, y dentro de ésta la orgánico-sensitiva, a la espiritual-intelectiva. La unidad jerárquica de las partes sustituye y suple la falta de identidad.

Semejante unidad dada en germen, el hombre ha de realizarla plenamente en el desarrollo armónico y jerárquico de las diferentes partes de su ser y vida, bajo el dominio y penetración en todas ellas de la inteligencia que especifica y señala el ápice de su ser. Ha de acrecentar su ser y vida material y espiritual, pero con la subordinación de aquélla a ésta. Ha de incorporar todo su ser y vida a la vida de la inteligencia, ha de iluminar las franjas inferiores de su ser con la luz de la inteligencia, ha de llegar a ser en un ser total lo que la inteligencia ve que debe ser. De este modo el hombre debe lograr la unidad de su ser y de su vida en la vida de la inteligencia. Todo su ser y vida —aún en sus manifestaciones más humildes e inferiores— deben estar impregnados y esclarecidos con la irradiación de la vida espiritual. Tal la obra de la cultura espiritual en toda su amplitud, que comprende el desarrollo de la propia vida intelectual y de la actividad moral de la voluntad (el apetito espiritual), la cuál bajo la dirección normativa del entendimiento, encauza eficazmente y pone todo el ser y vida del hombre al servicio de su bien espiritual y, en última instancia, de la contemplación de la Verdad, último Fin o suprema Perfección de nuestro ser. La multiplicidad, sin desaparecer ni ser substituida por la identidad, en el término de esta obra de auténtica cultura humana, logra alcanzar una coherente armonía y unidad bajo la hegemonía de la inteligencia —dominada y dirigida a su vez desde la trascendencia por el ser y sus exigencias ontológicas y, en última instancia, por el Ser divino su último Fin o suprema Perfección de su ser— llega a espiritualizarse totalmente traspasada e iluminada en todas sus partes por los rayos de la inteligencia y del ser inteligible que la ilumina con la verdad y el bien.